martes, 28 de diciembre de 2010

Bicentenario y cultura


Bicentenario y cultura

"...Al parecer, en los círculos oficiales nadie ha pensado en un momento de gran difusión destinado a reflexionar, aunque fuese de manera sencilla, en lo que ha sido la ruta cumplida por el país...".  

Sergio Villalobos Rivera 
La celebración de los 200 años de vida republicana es antes que nada un fenómeno de conciencia histórica, sea que se exprese en un entusiasmo superficial o en una reflexión apacible y sistemática.
Hasta ahora la programación oficial gira principalmente en torno a obras materiales y actos populares en diversas categorías, que representan simples entretenciones, espectáculos pintorescos y jolgorios, que desembocarán en el "carrete" de acuerdo con la expresión corriente. Por supuesto que algo de eso tiene que tener cabida, si aceptamos que cultura es todo lo que el hombre hace, sin atender a categorías éticas.
Falta, sin embargo, una preocupación por la cultura superior, sin complejos vulgares, porque ella es la que definitivamente orienta el trayecto nacional desde el pensamiento y entrando en las conciencias individuales.
Al parecer, en los círculos oficiales nadie ha pensado en un momento de gran difusión destinado a reflexionar, aunque fuese de manera sencilla, en lo que ha sido la ruta cumplida por el país. Una síntesis interpretativa al alcance de todos, que podría ser formulada por el Primer Mandatario en la fecha de mayor relieve.
Si el Bicentenario es un hito histórico, es justo referirse a la historia, el camino esencial que nos ha formado como república y democracia, que nos hace pensar el presente e idear el futuro. Pareciera imprescindible organizar un congreso académico o conjunto de seminarios de gran convocatoria y difusión, que debata en los temas esenciales del pasado. Allí deberían estar los especialistas en historia económica, social, cultural y política, que entregasen los puntos de vista logrados por la investigación y sus propias interpretaciones. Debería ser un evento para todo público y no quedar recluido en el espacio mezquino de las universidades y otros organismos culturales, que ya están preparando actos en sus torres de marfil.
La importancia de la historia no está en recordar fechas y próceres, sino que ella es la experiencia del hombre, en este caso, nuestra historia, es un proceso constructivo en que todos han participado, las elites y el pueblo, los intelectuales y profesionales, los empleados y los campesinos, cada uno en su ámbito respectivo. Ha sido una labor que nos lleva a la conciencia de una tarea común.
La influencia del estudio de la historia en el destino del país ha sido enorme. Ha sido el espejo en que nos miramos y nos permite seguir adelante. Las obras de los grandes historiadores como Barros Arana, los Amunátegui, Alberto Edwards y Jaime Eyzaguirre marcaron importantes rutas en el sendero del país, influyeron en la política y las conductas colectivas. Ellos fueron más importantes que muchos de los Presidentes y políticos.
En las celebraciones deberían incluirse otras manifestaciones artísticas de la cultura, como la literatura, la filosofía y el arte; las humanidades en general.
Una iniciativa muy importante podría ser la creación de un Centro de Altos Estudios, formado de manera amplia y con personalidades destacadas en la vida intelectual, que fomentasen las disciplinas ya mencionadas, que suelen tener cabida menor o ninguna en los organismos existentes. También podría pensarse en un fondo editorial como fue la Biblioteca de Escritores de Chile, para facilitar la impresión o reimpresión de obras señeras.
Existen, sin embargo, algunos problemas. El principal es la situación económica derivada del terremoto que pesa negativamente sobre el gasto fiscal. ¿Pero no podría concertarse una colaboración entre el Estado, las universidades y la empresa privada? Es desconsolador, que siempre el quehacer cultural quede relegado a un plano inferior, porque hay aspectos más urgentes y de clara intencionalidad popular o populista.
Un segundo problema es la estrechez del tiempo, que dificulta realizar preparativos y planes; pero la fecha podría postergarse, porque al fin lo que cuenta es el año del Bicentenario. Además, la importancia de un evento se proyecta para siempre si se imprimen sus resultados.
Por último, el problema mayor podría ser la indiferencia de la clase política y de los círculos gubernativos. Los planes oficiales ya existentes muestran un desvío hacia lo intrascendente y efímero. Nada digamos de la preocupación por el fútbol.
En una ocasión escuché a un gran maestro que el mayor educador de un pueblo es el gobernante.

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