Martes 14 de Septiembre de 2010
¿Qué hacen las naciones pobres en energía?
"...No es cierto que haya unas energías buenas y otras no. Lo que hay es que algunas son favorables para unos objetivos y neutras o inconvenientes para otros...".
¿Qué hacen las naciones pobres en energía?
"...No es cierto que haya unas energías buenas y otras no. Lo que hay es que algunas son favorables para unos objetivos y neutras o inconvenientes para otros...".
Genaro Arriagada Herrera
Todas las naciones de América del Sur son energéticamente más ricas que Chile. Venezuela, para qué decirlo. Colombia, un exportador de carbón, petróleo y gas natural. Ecuador, fuerte exportador de petróleo. Perú, con un déficit en petróleo que lo compensa con el gas de Camisea. Bolivia, la segunda mayor reserva de gas natural de América del Sur. Argentina, hasta el año pasado un exportador neto de gas natural y petróleo. Brasil logró la autosuficiencia en petróleo y gas. Paraguay y Uruguay carecen de petróleo y gas, pero represas les aportan el 100 y el 98% de la electricidad que consumen; además, Uruguay ha descubierto grandes campos gasíferos.
En frente de ellos nuestra situación aparece muy desmejorada. De lo que consumimos, el 98% del petróleo, el 92% del carbón y el 76% del gas son importados. Nuestra fortaleza es la hidroelectricidad, pero aún en ese campo nos superan Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina y Paraguay; Perú casi nos alcanza. La otra fuente enteramente nacional y que aporta el 16% de la matriz (una enormidad) es la leña que -si mal procesada y extraída de bosques mal manejados- es una de las más indeseables.
Este es el punto de partida de nuestra política energética. Una situación difícil frente a la cual no cabe desesperarse, pues son muchos los países que tienen un desarrollo notable, como Japón, España, Francia, Suecia, no obstante que la naturaleza los dotó de escasos recursos de energía.
Esos países tienen como rasgo común acudir a todas las fuentes sin desechar ninguna: petróleo, carbón, gas natural por ductos y gas natural licuado (GNL), hidroelectricidad, nuclear y energías renovables no convencionales (ERNC). Así, Alemania, Francia, Japón, Suecia y España son líderes tanto en las ERNC como en centrales atómicas. Tampoco han renunciado al carbón.
Otro rasgo de sus políticas es que asumen que porque son vulnerables, los amenazan los altos precios y la inseguridad y, por tanto, se juegan por alcanzar, con idéntica prioridad, tres objetivos esenciales: seguridad en los abastecimientos, una matriz más limpia y energía a precio razonable.
Estos objetivos no son fáciles y, además, muchas veces contradictorios. La matriz de mejor precio puede ser la más sucia. En ese sentido es ilustrativo el caso del carbón, que es el combustible fósil más contaminante, pero a la vez el más barato. El mix más limpio, en cambio, puede ser de un costo muy elevado. Las ERNC es cierto que son más limpias, aunque ninguna lo es enteramente; pero su inconveniente es que son caras -con la solar alcanzando precios prohibitivos- y requieren subsidios. En estos países el precio de la energía es más alto pues reciben el impacto de las alzas en los mercados sin que pueda atemperarlas la producción interna, al punto que en Chile el costo de la energía duplica el de economías con las que compite. En otro plano, las naciones de que estamos hablando tienen más riesgos a su independencia en el caso de un proveedor que intente suspender o chantajear con los suministros. Ello obliga a diversificar la matriz para no depender de una sola fuente, sino de varias, y no de un solo país, sino de muchos, surgiendo un conflicto entre precios y seguridad que lleva a preferir matrices más caras pero más seguras, como Chile al optar por el GNL o, en mayor escala, Francia al hacer que el 70% de su electricidad sea producida por plantas nucleares, que aseguran mayor independencia que los gasoductos o el petróleo. Obviamente, si privilegiáramos una matriz enteramente limpia y segura, su precio llegaría a niveles que afectarían negativamente el progreso económico y social.
La necesidad de compatibilizar estos tres objetivos -ambiental, precios y seguridad- obliga a un debate racional, ajeno al dogmatismo de quienes intentan imponer un solo criterio: o puramente ecológico o puramente de precios. Ambos unilateralismos son nefastos y tienen costos que el país no resiste. Más grave, porque conduce a la intolerancia, es el tono moral con que algunos exaltan o condenan una u otra forma de energía. No es cierto que haya unas energías buenas y otras no. Lo que hay es que algunas son favorables para unos objetivos y neutras o inconvenientes para otros. Lo que corresponde es analizar los efectos de cada una de ellas, sin prejuicios, y sobre esa base decidir qué precio pagar por la energía, cuál contribución ambiental hacer, y cómo y a qué costo asegurar la mayor independencia energética respecto de Bolivia, Argentina, Estados Unidos o el que sea.
En frente de ellos nuestra situación aparece muy desmejorada. De lo que consumimos, el 98% del petróleo, el 92% del carbón y el 76% del gas son importados. Nuestra fortaleza es la hidroelectricidad, pero aún en ese campo nos superan Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina y Paraguay; Perú casi nos alcanza. La otra fuente enteramente nacional y que aporta el 16% de la matriz (una enormidad) es la leña que -si mal procesada y extraída de bosques mal manejados- es una de las más indeseables.
Este es el punto de partida de nuestra política energética. Una situación difícil frente a la cual no cabe desesperarse, pues son muchos los países que tienen un desarrollo notable, como Japón, España, Francia, Suecia, no obstante que la naturaleza los dotó de escasos recursos de energía.
Esos países tienen como rasgo común acudir a todas las fuentes sin desechar ninguna: petróleo, carbón, gas natural por ductos y gas natural licuado (GNL), hidroelectricidad, nuclear y energías renovables no convencionales (ERNC). Así, Alemania, Francia, Japón, Suecia y España son líderes tanto en las ERNC como en centrales atómicas. Tampoco han renunciado al carbón.
Otro rasgo de sus políticas es que asumen que porque son vulnerables, los amenazan los altos precios y la inseguridad y, por tanto, se juegan por alcanzar, con idéntica prioridad, tres objetivos esenciales: seguridad en los abastecimientos, una matriz más limpia y energía a precio razonable.
Estos objetivos no son fáciles y, además, muchas veces contradictorios. La matriz de mejor precio puede ser la más sucia. En ese sentido es ilustrativo el caso del carbón, que es el combustible fósil más contaminante, pero a la vez el más barato. El mix más limpio, en cambio, puede ser de un costo muy elevado. Las ERNC es cierto que son más limpias, aunque ninguna lo es enteramente; pero su inconveniente es que son caras -con la solar alcanzando precios prohibitivos- y requieren subsidios. En estos países el precio de la energía es más alto pues reciben el impacto de las alzas en los mercados sin que pueda atemperarlas la producción interna, al punto que en Chile el costo de la energía duplica el de economías con las que compite. En otro plano, las naciones de que estamos hablando tienen más riesgos a su independencia en el caso de un proveedor que intente suspender o chantajear con los suministros. Ello obliga a diversificar la matriz para no depender de una sola fuente, sino de varias, y no de un solo país, sino de muchos, surgiendo un conflicto entre precios y seguridad que lleva a preferir matrices más caras pero más seguras, como Chile al optar por el GNL o, en mayor escala, Francia al hacer que el 70% de su electricidad sea producida por plantas nucleares, que aseguran mayor independencia que los gasoductos o el petróleo. Obviamente, si privilegiáramos una matriz enteramente limpia y segura, su precio llegaría a niveles que afectarían negativamente el progreso económico y social.
La necesidad de compatibilizar estos tres objetivos -ambiental, precios y seguridad- obliga a un debate racional, ajeno al dogmatismo de quienes intentan imponer un solo criterio: o puramente ecológico o puramente de precios. Ambos unilateralismos son nefastos y tienen costos que el país no resiste. Más grave, porque conduce a la intolerancia, es el tono moral con que algunos exaltan o condenan una u otra forma de energía. No es cierto que haya unas energías buenas y otras no. Lo que hay es que algunas son favorables para unos objetivos y neutras o inconvenientes para otros. Lo que corresponde es analizar los efectos de cada una de ellas, sin prejuicios, y sobre esa base decidir qué precio pagar por la energía, cuál contribución ambiental hacer, y cómo y a qué costo asegurar la mayor independencia energética respecto de Bolivia, Argentina, Estados Unidos o el que sea.
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